En los climas templados, como el de las regiones vitícolas de España, la vida pasa por un período invernal de suspensión aparente de vida, que es de variable duración, con la del período de fríos, pero que en nuestro país no suele bajar de tres o cuatro meses.
En el período invernal, sobre todo hacia su fin y merced a las lluvias, las raíces absorben mucha agua. Cuando la temperatura diurna es de 9-10 º empieza a apreciarse en todos los cortes de poda y heridas del tronco y brazos, el comienzo de un flujo de líquido acuoso, transparente e incoloro, que se llama «lloro de la vid». La cantidad de lloro que fluye de una cepa es variable, cambia mucho con la poda, con la época de podar y con las circunstancias climatológicas de cada año. No es la misma todos los días, ni a todas horas, pues suele ser mayor por la noche y mínima a mediodía y por la tarde.
Las causas del curioso fenómeno del lloro en las cepas han sido muy discutidas, pero aún no se ha logrado para él una explicación absolutamente convincente.
La composición del líquido del lloro y las circunstancias en las que se produce el fenómeno demuestran que no se trata de un derrame de savia. Cuando la cepa llora mucho a consecuencia de las podas severas o tardías la brotación de las yemas se retrasa y por el contrario, si se poda moderadamente y de forma temprana, se aminora el derrame del lloro y la brotación se adelanta.
Terminando el período en el que lloran las cepas, cuando la temperatura media diurna alcanza los 10-11 º y durante un mayor o menor número de días sin excesivos fríos nocturnos, comienza la brotación.
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