La Cabernet Sauvignon se cultiva por todo el mundo. Se la puede encontrar desde California hasta Japón, aunque la mayor superficie plantada se encuentra en Burdeos. En España fue introducida en La Rioja por Camilo Hurtado de Amézaga, Marques de Riscal en 1862, seguido de Eloy Lecanda, de Vega Sicilia en Valladolid, así como por la familia Lalanne en el Somontano. No fue hasta los años setenta y ochenta cuando se empezaron a elaborar vinos de Cabernet Sauvignon.
Esta variedad es una de las viníferas tintas más conocidas y extendidas en el mundo, de brotación y maduración tardía, con racimos pequeños y apretados, de forma cilíndrica corta, de bayas esféricas con hollejos de gran espesor, produciendo unos potentes vinos con aromas a frambuesa, cassis y pimiento verde, evolucionando con el tiempo hacia matices especiados, hongos y animales; cuenta con una estructura fenólica muy elevada, posiblemente la mayor de las variedades tintas existentes, que los hace ser especialmente aptos para producir vinos de crianza.
La Cabernet Sauvignon necesita calor para madurar, pues de lo contrario predominará un aroma vegetal a pimientos verdes, aunque con un exceso de temperatura, los vinos se ablandan y aparecen aromas a fruta cocida o compotada. La elevada relación superficie hollejo/pulpa (50 m2/Hl), su alto contenido fenólico, así como una alta relación de las pepitas respecto a la pulpa (1/12) y su gran contenido en taninos, implica que es capaz de soportar elevadas temperaturas durante la fermentación alcohólica, así como largas maceraciones, consiguiendo de esta forma vinos estructurados, tánicos y de gran cantidad de color, teniendo estos una gran afinidad con el roble nuevo, al mezclar sus aromas de cassis con la vainilla y otras especias de la madera.
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