Para los griegos, el vino se convierte en un producto de una capital importancia económica y comercial, pero también en materia prima primordial en los usos y costumbres del día a día.
Platón aseguró que «El vino, bebido en comunidad, facilita la convivencia entre los hombres».
Fue tan importante el vino para los griegos, que le atribuyeron un origen divino. Ellos son los responsables de la creación de un Dios del vino, el borrachín Dionisio. Dionisio y su culto dieron también lugar al teatro. Tanto la comedia como la tragedia nacieron en Atenas entre los siglos VI y V a.C., como un acto de culto a este Dios.
En la cultura romana, el Dios Dionisio pasó a llamarse Baco y engrandeció aún más su popularidad.
En las cerámicas, frescos y mosaicos de las villas romanas que han llegado hasta nuestros días, se exhibían escenas relacionadas con el amor y la vinicultura. También muchos poetas latinos escribieron sobre él, porque como dijo Horacio, «Las musas huelen a vino». Estos últimos poetas ya avisaban: «Si se llena la copa con agua, no se escribirá nada agudo ni ocurrente. El vino, sin embargo, es como el caballo de Parnaso, que lleva a los poetas a las estrellas».
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