Los griegos y los romanos reservaron un papel importante al vino en sus vidas, por esta razón, y por los usos rituales y religiosos, el vino se convirtió en un elemento clave de la civilización occidental. El cultivo de la vid aparece en ciudades de Persia e India, aunque no deja huellas muy profundas. En cuanto a la América precolombina, sus culturas jamás descubrieron el vino, pese a la existencia de vides silvestres.
El empleo del vino en las creencias cristianas desciende de rituales griegos y romanos. Está ligado directamente al judaísmo, pero las similitudes más fuertes aparecen en la comparación con el culto griego de Dionisio, dios griego del vino; y de Baco, su equivalente romano.
Dionisio, hijo de Zeus, principal divinidad del panteón griego, es el dios del vino, del éxtasis y la exuberancia. Dios errante, generador de danzas frenéticas y fiesta divina. Dionisio no obstante, ha tenido muchos nombres en las diferentes culturas e incluso hay historiadores que creen que ciertos ritos cristianos tienen su origen en las ceremonias dionisiacas.
Gracias al lugar vital que el vino ocupó en los diversos rituales pudo subsistir en épocas muy sombrías en las que podría haber desaparecido. Cuando el cristianismo se convirtió en religión predominante hizo desaparecer a Dionisio y a Baco.
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