Uno de los países de Europa más castigados por el granizo es España. Nuestra geografía, con sus entrecruzadas cordilleras, sus abundantes embalses, sus ríos, sus pantanos, etc., favorece notablemente la formación de potentes nubes de desarrollo vertical que ocasionan tormentas y granizadas.
Es en verano cuando la actividad tormentosa se presenta más intensa, y la «nube negra» se convierte en la pesadilla de nuestros agricultores, generalmente entre los meses comprendidos de mayo a octubre.
Se entiende por «granizo» toda precipitación que alcanza el suelo en forma sólida y amorfa. El granizo es agua congelada (paso de líquido a sólido). Los granizos son difíciles de romper o aplastar y cuando caen al suelo rebotan sin destruirse. En ocasiones, los granizos se sueldan entre si y dan lugar a trozos grandes de hielo de forma y tamaños muy irregulares; es el denominado «pedrisco». El granizo suele presentar forma esférica o cónica y su tamaño oscila de dos a cinco milímetros de diámetro (tamaño de guisantes o de avellanas); el pedrisco tiene un tamaño que oscila entre cinco y cincuenta milímetros de diámetro (forma y volumen de nueces, huevos de paloma, y hasta pelotas de tenis). Naturalmente, los daños causados por estos variados proyectiles, disparados por la nube, pueden provocar pérdidas catastróficas.
El paso de la «nube negra» y los devastadores efectos del granizo se reflejan en el suelo según «franjas» o «calles» ligadas a su desplazamiento. Esta distribución anárquica e irregular ha hecho que se dé al granizo el sobrenombre de «lotería del infierno», pues mientras unas zonas sufren irreparables daños, otras colindantes no quedan afectadas.
La vid, el olivo y los frutales son muy sensibles al bombardeo de los granizos que rompen las yemas y los brotes jóvenes o hieren y magullan los frutos. Los choques del granizo provocan heridas en los tejidos que pueden producir su muerte o al menos le dejan en inferioridad de condiciones y muy sensible ante posteriores ataques de plagas y enfermedades.
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