Hay muchas razones para que ambos sean perfectos compañeros de mesa. Pueden tomarse por separado, pero indudablemente ganan mucho juntos.
Antiguamente los bodegueros conseguían vender incluso sus peores caldos gracias al queso y es que se ofrecían a sus compradores acompañados de una ración, de este modo su olor y su intenso sabor enmascaraban el gusto del vino. Hoy esta anécdota de la sabiduría popular se resume en el dicho: “ que no te las den con queso…” para prevenir posibles engaños.
Los responsables de este maridaje especial son los taninos, unos compuestos químicos que se encuentran de forma natural en la piel y las pepitas de las uvas y son los responsables del color y el sabor del vino. El alto contenido en grasas de los quesos hace que se tenga una percepción más agradable y que todos los matices y aromas se armonicen y se perciban con mayor facilidad. ¡Son todo ventajas!
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