Pues sí, aunque metafóricamente hablando, el vino llora. Este bello hecho hace que podamos estar mirando la copa un buen rato y recibiendo una sensación de tranquilidad total.
Cuando agitamos con movimientos circulares el caudal de la copa de vino aparecen en las paredes unas gotas que se deslizan más o menos lentamente como un día de lluvia en el cristal.
En la fase visual siempre se hace referencia a la lágrima, ya que ésta nos aportará grandes pistas sobre las propiedades organolépticas del vino a catar. Nos habla de su untuosidad, definida como la sensación de suavidad que se genera en el paladar; de su densidad, de su grado de ligereza, del cuerpo sedoso, del tacto al paladar…
Las lágrimas realmente reflejan el contenido de alcoholes, el etílico (90 %) y el glicerol. A mayor cantidad de etanol o grado alcohólico la lágrima será más densa. En cambio una lágrima más ligera, que caiga rápido, nos habla de un vino con poco cuerpo y bajo contenido alcohólico. El efecto físico de las lágrimas se produce porque el alcohol es más volátil que el agua y es provocado por una diferencia de densidad.
Con todo esto, queda claro, que cuando un vino tiene “buena lágrima”, significa que es un vino con mucho volumen, bien hecho, suave, sedoso y sabroso.
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