Si bien el vino ha formado parte de nuestra alimentación desde hace muchos siglos, ha sido en el ámbito social donde su presencia ha llegado a ser un elemento de comunicación y cohesión entre las personas. En la cultura mediterránea, difícilmente se concibe en una reunión amistosa, especialmente si hay comida de por medio, en que no haya la posibilidad de toar unas copas de vino.
Los Evangelios recogen el episodio de las bodas de Caná, en que se habla de cómo Jesucristo convirtió el agua en vino, lo que indica la importancia del mismo en las celebraciones festivas de hace casi más de 2000 años. Tampoco el ámbito religioso es ajeno al vino, puesto que la Eucaristía, hace de él la sangre de Cristo, y con él y el pan se establece la comunión entre los asistentes. Pan y vino para la Eucaristía, y aceite para ungir reyes o moribundos, los tres pies de la alimentación mediterránea, usados por la religión para unir el ser individual a la comunidad.
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