La intensidad cromática se expresa con adjetivos sencillos: ligera, débil, pálida; o bien por el contrario, fuerte, oscura, intensa, etc. El catador deberá juzgar el color del vino e identificarlo. Para ello cuenta con la posibilidad de compararlo con los siete colores que forman el arco iris: verde, anaranjado, amarillo, azul añil, violeta y rojo. Éstos, al combinarse, dan lugar a una amplia gama de colores.
Los colores de los vinos se deben a unos pigmentos solubles que pertenecen a dos grandes grupos: antocianos o pigmentos rojos, y flavonas o pigmentos amarillos. En el vino blanco, los colores podrían ir desde el pálido (blanco con matices acerados) hasta el dorado ambarino, pasando por los tonos amarillo pálido, amarillo verdoso, amarillo serrín, pajizo, dorado, topacio, caramelo, etc. En el caso de los rosados y claretes, la gama va del rosa pálido al grosella, con todos sus estadios de color intermedios. Para los tintos la gama se amplía considerablemente y se pueden apreciar muy diversos rojos: rojo vivo, amapola, sangre, cereza, teja, anaranjado, etc. Todos estos términos pueden dar idea de la riqueza de léxico que necesita el catador para describir el color de los vinos.
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