La historia del vino es tan antigua como la Humanidad. Por ello el vino ha marcado un carácter distintivo a las civilizaciones y a los pueblos que han sabido elaborarlo y apreciarlo.
El hombre prehistórico sabía con toda seguridad cómo elaborar vino, y los paleontólogos han encontrado fósiles que parecen vestigios de orujo o uvas prensadas. Los más antiguos escritos humanos, incluyendo las tablas de arcilla cuneiforme de Babilonia, o los papiros del antiguo Egipto, contienen numerosas referencias al fruto fermentado de la vid.
Una de las cepas mejor conocidas en tiempos faraónicos fue la Kankomet que se cultivaba en los viñedos de Ramsés III (1198-1167 a.C.). El vino se menciona más de 200 veces en la Bíblia y el hecho de ser elegido por Jesucristo como parte importantísima del ritual fundamental del culto cristiano no hace sino reflejar con luz meridiana la importancia extraordinaria que para los judíos de aquella época tenía el vino.
En Beleña de Sorbe (Guadalajara), en la portada de su Iglesia, existe un mensario que data del siglo XII, en el cual en el mes de Septiembre se recogen los racimos de uva y se echan a un cesto, y en el mes de Octubre, se vuelca el vino de un odre a una gran cuba.
Hasta el siglo XIX, la mayoría de los vinos que se consumían eran siempre vinos del año debido a las dificultades de conservación. Con Pasteur puede decirse que nació la enología moderna, que en cierto modo puede considerarse la medicina del vino.
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