La carga emotiva y la expectación que despierta en el consumidor el tener entre sus manos una botella de vino viejo es algo comprensible si tenemos en cuenta el ritual que acompaña siempre a las situaciones muy especiales y su lógica mitificación.
Ahora bien, un vino viejo no es necesariamente mejor que un vino joven. Los vinos están sometidos a unos ciclos que marcan su evolución. Por ejemplo en nuestros tintos hay un periodo de diez años durante los cuales se experimenta una evolución positiva, seguido de un periodo de meseta estacionaria no inferior a cinco años, para continuar con un lento declive.
Los vinos que pueden evolucionar más positivamente en botella son aquellos, que partiendo de buenas cosechas, han sido elaborados por bodegas que disponen de elementos técnicos y enológicos para una mejor asepsia, un control adecuado y una crianza en barricas de roble.
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