La variedad es un factor de producción determinante: cuando una variedad se cultiva en un medio perfectamente adaptado a sus exigencias y el ciclo vegetativo y fructífero se desarrolla en las condiciones más favorables, se consiguen los resultados óptimos. Cada variedad tiene unas exigencias ecológicas bien precisas, aunque algunas son más plásticas que otras y tienen mayores posibilidades de adaptación.
En las variedades de vinificación, las bayas jugosas permiten la elaboración de vinos con buenos rendimientos enológicos, estando la calidad relacionada con las características físico-químicas del mosto. Atendiendo a la presencia de materia colorante, las variedades se clasifican en blancas, tintas o tintoreras, en casos muy excepcionales. La riqueza en azúcar del tipo y calidad del vino; aunque suele existir una relación inversa entre estos componentes, hay determinadas variedades que son capaces de compaginar altos contenidos en ambos, posibilitando así la elaboración y crianza de los vinos nobles. El sabor y el perfume de una variedad pueden caracterizar al mosto y al vino elaborado a partir de él, y es otro de los factores determinantes de la calidad.
La influencia de la variedad en el producto final se puede ver modificada por la acción de otros factores: aumento del rendimiento, medio de cultivo (clima, suelo), o tecnología vitícola pero siempre aporta su personalidad, aunque puede verse matizada, en parte, por los otros factores de producción.
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