El viñedo es una obsesión del paisaje, una obsesión de sus gentes. Atravesar la DO MONDEJAR es atravesar el oleaje diario de las viñas que marcan nuestro ritmo de vida: apagado y calmo en invierno, como una vid recién podada; impaciente con el primer gesto de las cepas, que inician su lloro en marzo; encrespado y excitado en el envero ácido de las nuevas uvas; satisfecho y afanoso en la maduración de agosto que llena de azúcares nuestros caldos. La vendimia es la tempestad, una explosión festiva y alegre que inunda los campos, desborda el pueblo y lo anega todo con el olor a mosto que sale de las bodegas, convertidas en lonjas de racimos. No huele a otra cosa. Muchas personas van y vienen con sus tractores desde lo más profundo de las viñas hasta la orilla de los lagares, para transformar el dulce fruto de la vid en el vino de la vida.
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