La vid es una planta muy robusta que se adapta con facilidad a climas duros y suelos escasos en materia orgánica, pero que agradece condiciones favorables para su desarrollo. La morfología de la planta diferencia dos partes: la raíz, subterránea y con gran capacidad de desarrollo para captar agua y elementos minerales del subsuelo; y la parte aérea: el tronco, los brazos, los sarmientos y las hojas. Estas realizan la fotosíntesis y producen el azúcar que luego sintetizarán en otras sustancias de gran valor para la planta.
El fruto de la uva se compone de las pepitas, la pulpa y la piel u hollejo. La pulpa tiene hasta un 80% de agua y en ella se encuentran los azúcares (glucosa y fructosa) y los ácidos cítrico, málico y tartárico. De la combinación de estos y otros elementos en el proceso de maduración, dependerán las características de la uva y, consecuentemente, del vino. El hollejo permite diferenciar mejor unos vinos de otros, hasta el punto de que las uvas pequeñas, con mayor porcentaje de piel respecto a la pulpa, son las mejores para vinificación. En la piel se hallan los polifenoles, determinantes de la calidad del vino en cuanto son los responsables de los aromas, el color y la estructura. Y en ella están también las levaduras, que son los microorganismos que asumen la fermentación del mosto de la uva con la transformación de los azúcares en alcohol.
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