El vino lleva adheridas unas connotaciones sagradas que le distinguen del resto de bebidas alcohólicas y de las que no ha logrado desprenderse todavía.
Por eso, no tiene nada de extraño que, en cierto modo, continúe siendo lo que siempre ha sido: una bebida que establece jerarquías o fronteras simbólicas al fijar los límites que separan lo sagrado de lo profano. Estos valores aparecen reflejados con meridiana claridad en la imaginería religiosa del cristianismo y para demostrarlo vamos a escoger dos ejemplos: las representaciones de la última cena y las estampas del lagar místico.
LA ÚLTIMA CENA:
La iniciativa de metamorfosear e identificar el vino de la consagración con la sangre, el sacrificio y la muerte de Cristo, elevada a la categoría de dogma de fe, llevó a la resacralización o sentido original del templo como lugar sagrado. La difusión de las representaciones y la imaginería asociada a la última cena y el nacimiento de un nuevo orden arquitectónico, el Barroco, destinado a exaltar el poder y la majestad de Dios.
EL LAGAR MÍSTICO:
“El vino es la imagen de la sangre que se extrae del racimo, es decir, del cuerpo de Cristo, prensado por los judíos en el lagar de la cruz”.
La existencia de este simbolismo reside en el vínculo existente entre el vino, la sangre humana, la muerte de Jesucristo…
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