La vid es una planta que tiene relativamente pequeñas necesidades de agua para su cultivo, estimándose que precisa 280 a 300 litros para formar un kilogramo de materia seca, inferior a las de otros cultivos herbáceos y leñosos mediterráneos, solamente comparable con las del olivo.
Además, la vid tiene un potente sistema radicular que profundiza en el suelo y un gran poder de succión de sus raíces. Todo esto contribuye a que su cultivo se pueda dar en secano, con precipitaciones que rozan hasta casi los 250 mm anuales y con temperaturas extremas en verano que sobrepasan los 40º C, lo que normalmente se traduce en bajas producciones.
La vid se muestra muy resistente a largos periodos de sequía, pasando por periodos difíciles, pero naturalmente la abundante disponibilidad de agua influye favorablemente en la producción, aunque con una posible incidencia directa en la calidad. Por este motivo, un estrés hídrico temporal se considera como un factor de mejora de la calidad de la vendimia. En la actualidad estamos sufriendo una sequía prolongada, que resulta negativa al provocar una deficiencia de maduración en las vendimias.
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